Mientras se hundía en los resortes y las sábanas empapadas, en un viaje psicodélico de incertidumbre mal dosificada, se le cuajó un poco la vida. Otra vez.
Los sollozos mudos fueron un canto ritual, clamando por todos
los soldados del desconsuelo: demonios, fantasmas blancos de amigos
que fugaron, certezas, barro, rigor, y el abrazo en el oído del que
siempre la encuentra para recordarle que no está sola.
El cliché de la tormenta que escampa la devuelve a la conmemoración
de sus muchos muertos y de sus ningunos hijos, y adornando sus jirones se mete en
la ruedita como un hámster sordo.
Lascivia y hastío. Flema y chucherías. Arcada y leche dulce. De ninguno de ellos
podrá escapar jamás.
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