domingo, 12 de diciembre de 2010

FUEGO INAPELABLE


Arde en la profundidad de una entraña.

Arde como tristeza de amor.
Arde como infierno prometido.

Como herida salada, como deseo rojo, como eterna esperanza.

Chispa. Llama. Fuego encendido.

Abrasa enroscada en la pasión y achicharra sin piedad a los que suprimen todo lo ajeno.

La libertad es calor y vehemencia. Corre por las venas, arterias de sangre humana, ríos de la madre tierra.

Es inevitable desearla, es inevitable temerle, es inevitable adorarla, cuidarla y engrandecerla.

Es infame negarla, es infame cegarla, es infame encerrarla, apagarla y atarla.

Hay libertades que duran lo que un fósforo, otras lo que una fogata y otras lo que la eternidad de un alma. Solo la atizan o estimulan los espíritus que batallan entre el amor y la discordia.

Leguas de fuego separan a los intrépidos cariñosos y humanamente igualadores de los excitados represivos y los entusiasmados mezquinos.

Ser humano es igual a ser libre. Ser libre es igual a ser valiente.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL DÍA DESPUÉS DEL DÍA

Un ventarrón, que corría escapando del estancamiento, abrió en su desesperada estampida la puerta que las manos del tiempo habían cerrado. Fue de golpe, sin presagios, sin un mísero minuto para desempolvar la desconfianza. Y quedó a la vista, tal como se reabre una herida y se dispone a sangrar, lo que había allí escondido.

En esa habitación alguien había guardado hace años los vestigios de una tristeza. Lágrimas de almohada, ilusiones en harapos, vendas para corazones, antifaces para traicionar, fotos de lo que ya no existe, nudos en la panza. Todo en frascos, todo etiquetado, todo en un perfecto orden sin lugar para la confusión.

En un momento de esplendor apagado habían sido el equipaje del alma de una mujer fragmentada. Una que antes de fugarse tuvo que quemar las promesas del repentinamente desconocido. Una que se arrastró por caminos llenos de incertidumbre, se alimentó de lo que encontraba, se adaptó a los climas que le tocaban en suerte hasta el día que encontró aquel lago. Ese fue el primer día, después del día de todos los días, en que se permitió apoyar el equipaje en el suelo. Viendo que estaba liviana se movió casi sin pensar y corrió a la orilla. Vio su reflejo en el agua y se reconoció por fin. Era otra y la misma. Era la misma pero mejor. Construyó paredes, talló una puerta y guardó todo lo que estaba en su equipaje en ese recóndito gran cofre. Echó el candado. Y se echó a andar.

No quería nunca más volver a verlo. No quería ya más sufrir.

(Continuará)