sábado, 25 de agosto de 2012
ESTOCADA
Juro que se puede morir leyendo. Una muerte de a pedacitos, silenciosa, sin dolor.
Yo acusaría a algunas palabras, esas que te hacen tajitos. Uno chiquitito a la izquierda, otro más arriba, otro a la izquierda y arriba. Y otro más, y otro más.
Lo peor es la ingratitud y su impune canallada; porque no vienen de a una, valientes, corajudas, calientes, literales. Vienen en grupito. Te patotean, como si fueran el más canchero del barrio, revoleando un miedo y una lección.
Y vos te las masticás, como si fuera un mandato ineludible. Y las tragás. Y las digerís. Y así te llenan de tajos. Por dentro.
Juro que se puede morir leyendo. Una muerte de arrebatos mudos, generosa, en loop.
Juro eso porque me he visto morir así. Y sentí también las cosquillas de volver a nacer.
Una bastarda. Una falsa plebeya. Una secuela de palabras que desaparecieron, pero no me dejan volver a ser la misma nunca más.
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