lunes, 22 de noviembre de 2010

DE PARTIDAS, REVUELTAS Y REAPARICIONES

Suelo estar aprendiendo a reconocer ese punto de inflexión entre el fastidio necesario y el malhumor deshilvanado.

Pasa cuando viene el soplido de su queja. Un lamento demandante que parece de antaño pero que reconozco como aquel que renace cada día en el despertar de su voz portadora.

Se acerca con soplidos pequeños pero poco sutiles. Una vez cada tanto. No todos los días. Como disimulando esa intencionalidad egocéntrica que en realidad la engendra.

Y me hace erguirme y pestañear rápido y así no tener que cerrar los ojos. Si lo hago no veré la llegada de su cachetada inexperta pero hábil. Pero si los abro entrará para rasparme su basura imperceptible. Sigo pestañeando.

Pasa y deja un pequeño rasguño que arde pero no mutila. Sin heridas profundas, solo rae la superficie para decir "Por acá pasé yo. No soporto que me olviden".

Y yo que ya olvidé, que no espero nada ni le adeudo favor alguno no puedo evitar el tedio que me provoca su incapacidad para la resignación. Representa en mi lejana memoria a la desilusión total, una página blanca con letras negras, una frustración curada, una enorme montaña de vicios ya sorteada.

Extrae un segundo lo peor de mi, me exprime ácida como estoy y cuando llego al punto de casi detestarla por completo caigo en la cuenta de que no tengo más que darle las gracias. Le tengo piedad y mis ojos se aclaran. Sucede que sin saberlo me despojó de todo lo defectuoso, me quitó la virósica ira y la puso afuera donde debe estar. Luego la absorvió ella y la asimiló en sus entrañas resentidas.

Ahora sus presuntuosos propósitos de ególatra le volvieron en deshechos de su propia esencia. Es un satélite que ronda las dichas ajenas sin poder robarles siquiera una imagen que le sirva para sus ansias desenfrenadas de envidia.

Lamentablemente nunca, nunca, nunca tendrá un espejo que le devuelva estas miradas inevitables. Los ha destruido todos en su misión incansable de desidia negadora.

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