jueves, 19 de agosto de 2010

CASI UN DÍA

La noche.

Ahí. Desnuda, muerta de frío. Expuesta e innegable, ciertamente difícil y padeciéndose a sí misma, lidia con el pantano del pasmo que ya la envuelve hasta la cintura. Cuando vuelan las caretas por actos de imprudencia y arden las entrañas, indigestas y azoradas, comienza el trance inevitable hacia lo genuino.

Pieles tersas sublevadas por llagas, vísceras anudadas en busca de una independencia, ilusiones cuestionadas en busca de una respuesta; se toman de la mano y se hermanan como una cadena. Cadena de factores encadenados que desencadenan una cadena de factores encadenados que desencadenan una cadena de factores encadenados que desencadenan una cadena de factores encadenados...

¡BASTA!

Alba.

Ahí. Semitapada y con poco sueño. Exhausta de ser ella y de no saber quién es, carente de sentidos, estampada de sentimientos. Estira sus brazos que ahora son como ramas buscando naturaleza donde pertenecer. Debe enredarse, elevarse y trepar los muros que esconden el Gran Secreto. ¡Sí!. El pantano se hizo tierra y comenzó a esbozar raíces. Ahora ofrece retoños, augurios de prosperidad y aquellos cansados brazos de ramas encuentran un poco de paz. Duerme el sueño de un soldado sobre el rocío y la hierba antes de que todo se convierta en escarcha.

A.M.

Ahí. Desparramada e hipnotizada por el sueño. Tan pesada que ya parece parte de un suelo, florecida en rojo alerta, más pintorezca que auténtica. Una gota de advertencia en la cara la despierta y le trae por desayuno el recuerdo de lo que no se ha resuelto todavía. Se erige, esbelta y vertiginosa, para observar el panorama en su total exuberancia. Trenzas de caminos la esperan para lo que (sabe bien) no será otra cosa que un muy largo día. Se arranca del suelo. Y camina.

Atardecer.

Ahí. Fatigada y susceptible por las circunstancias de la travesía. Ha alcanzado la orilla del mar de todos sus desasosiegos. La espuma acaricia el arco de sus pies. Frío y calor. Dolor y cosquillas. Un reflejo de lo que todavía no ha dejado de ser en su meollo, percepciones de índole indentificativa. A lo lejos, con la punta de unos cansados dedos en capullo, llega a tocar sus locos anhelos de bienestar.

El encanto se refugia en el horizonte y tiñe la vista de naranjas y azules. Sus ojos curiosos y perfectamente redondos se empapan, se inundan, chorrean, desbordan. Rugen de furia, de resentimiento, de perplejidad. Se agigantan para confirmar lo inexorable, se inflaman, se aprisionan y quieren cerrarse hasta doler. Cuando la desilusión los lleva al límite de la asfixia se abren el pecho para oxigenar la razón.

Lo que es está a la intemperie. No hay techo, no hay disfraz. Lo que es, es. Y ya dejó de salar las heridas.

La tempestad de esos ojos ahora es calma de reflexión. Si la realidad ya se disfrazó de humillación para ofrendar su más miserable costado solo queda recoger sus despojos y devolverle la dignidad.

Se aleja, se aleja, se aleja... Y ese océano es cada vez más pequeño. Es ahora un charco sin su antigua ferocidad. ¿Y dónde puso ahora sus intenciones de superación?

Con sus brazos de rama acuna creencias
Con sus pies de raíz detenta equilibrio
Con sus ojos de ventana deja entrar el alivio
Con su alma aprendiz filtra vestigios de soledad

Un paso, otro paso, otro paso, otro paso...
Trota, trota, trota...
Corre, corre, corre, corre, corre...

¡Se zambulle! Nada, nada, nada...

Y todo.

En el agua será fértil, será futuro, será capaz.

Y ya la noche no la alcanzará. Ahí. Desnuda y muerta de frío...

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